Louisa Holecz. Inscape
11 de febrero_14 de junio, 2020
Inscape titula Louisa Holecz la selección de obras recientes que presenta en su segunda exposición individual en La Casa Amarilla. El significado del término, que introdujo el teólogo medieval escocés John Duns Scotus e incorporó y desarrolló en su obra el poeta inglés Gerard Manley Hopkins en el siglo XIX, escapa a una traducción exacta que estaría próxima al concepto de esencia o de singularidad. En todo caso, Louisa Holecz encuentra que es el término más adecuado para nombrar el propósito de su pintura: dar expresión al «origen común» del mundo interior y exterior. Porque hubo un tiempo, citamos a Owen Barfield, en que no se observaba la naturaleza de modo distante, como sucede hoy, sino que se participaba mental y físicamente en su proceso interior y exterior. Conforme sabemos más, más nos distanciamos de la Naturaleza. Convertidos en simples espectadores, aún tenemos la oportunidad de escuchar las voces de quienes, como Louisa Holecz, atienden a la ruptura de la unidad primordial con el ánimo de restablecerla por mediación del arte.
Sara Quintero. Entre las cenizas
30 de noviembre, 2019_8 de febrero, 2020
La Casa Amarilla presenta la primera exposición individual de Sara Quintero en la galería: Entre las cenizas es el título elegido por la artista para aludir directamente a los procesos contra las mujeres, víctimas de un sistema que además de violentarlas las deslegitima. Sobran ejemplos en todos los sectores, también en el artístico.
Como es habitual en su trabajo, Sara Quintero selecciona imágenes del pasado que actualiza, con el firme propósito de desvelar el poder que la imagen ha demostrado a lo largo de la historia para conformar nuestro mundo. La secuencia de dibujos y pinturas que configuran su exposición Entre las cenizas remiten, en su mayoría, a la iconografía de martirios cristianos en las obras de grandes artistas. No hay interés en contar detalles del martirio; lo que importa es mostrar los rescoldos de un fuego que permanece activo en la actualidad a través de mecanismos perversos que insisten en perpetuar una imagen de la mujer moldeada por acontecimientos que, aunque olvidados, incitan a la hostilidad y a la violencia.
Viaje al manicomio
Recuperar los nombres y las voces de algunas de las mujeres creadoras que por ser consideradas locas fueron silenciadas o expulsadas del cuerpo social y político establecido, es uno de los propósitos que guía el proyecto Viaje al manicomio, cuyo título tomamos prestado del libro autobiográfico que la feminista Kate Millett publicó en 1990. Revivir las experiencias de sus encierros en centros psiquiátricos fue para Millett un modo de sobrevivir reivindicándose, enfrentando su desconcierto, impotencia e inseguridad que siguieron a un diagnóstico que la consideraba loca. A través de la escritura y de su decidida apuesta por la cordura, Kate Millett denunció el fracaso de un sistema que, todavía hoy, estigmatiza la enfermedad mental.
La exposición Viaje al manicomio en La Casa Amarilla incluye obras realizadas por Chechu Álava, Almalé y Bondía, Nacho Bolea, Carmen Calvo, María Gimeno, Louisa Holecz, Marta L Lázaro, Fernando Martín Godoy, Sandra Moneny, Charo Pradas, Sara Quintero y Mery Sales.
La influencia de la Luna sobre la cabeza de las mujeres
En su ensayo Salvar las apariencias, el filósofo Owen Barfield establece tres fases en la consciencia humana del mundo: en la primera, que denomina «Participación original», y la describe lunar y orientada a la Diosa, existió un lazo sagrado entre Naturaleza y Humanidad. La apariencia visible y la fuente invisible eran uno y lo mismo, y la vida continuaba más allá de los sentidos. La segunda fase, «Retirada de la participación», comenzó cuando el Sol se estableció como fuerza gobernante y progresivamente se fue desvaneciendo la visión unificada de la Madre Tierra, y con ella la Diosa. La tercera fase, «Participación final», consistiría en recrear la antigua consciencia participativa mediante la Imaginación para restituir lo perdido.
El proyecto expositivo La influencia de la Luna sobre la cabeza de las mujeres convoca a cinco artistas: Louisa Holecz, Sandra Moneny, Charo Pradas, Sara Quintero y Marina Vargas, cuyas obras perseveran en el deseo de expresar el sonido del origen, desconfiando de la realidad de las cosas para dar luz a los paisajes interiores del imaginario. En sus obras la apariencia visible y la fuente invisible son lo mismo. La afinidad de las mujeres con la Luna permanece.
La Casa Amarilla
La influencia de la Luna sobre la cabeza de las mujeres
Cuando el libro de Jules Cashford La Luna. Símbolo de transformación (Atalanta, 2018) llegó a La Casa Amarilla, lo abrimos por azar en la página 308 que incluye la reproducción de un grabado francés de autoría anónima, realizado a mediados del siglo XVII. Su título: La influencia de la Luna sobre la cabeza de las mujeres, atrajo la atención hacia la imagen. Cinco mujeres coronadas con medias lunas provistas de un ojo, danzan en círculo para celebrar los dones recibidos. A su lado, un grupo de cuatro hombres con candiles son incapaces de ver dónde puede estar el pedazo que falta a la luna creciente.
Como es habitual en la programación de La Casa Amarilla, un libro inspira las exposiciones colectivas de la galería. Así ha ocurrido con el libro de Cashford, un riguroso análisis de la historia de los mitos y símbolos que, desde el Paleolítico hasta la actualidad, tiene como protagonista a la Luna.
Fernando Sinaga
Hablar, pensar, conversar, escribir [arte]
Hablar y escribir son prácticas que no se corresponden necesariamente entre sí, aunque son las palabras que pronunciamos o escribimos las que nos traen o nos llevan a pensar.
Según Foucault el propósito del pensamiento es lo impensado, un asunto común a todo lo artístico, ya que desde las prácticas del arte se nos permite hacer visible lo imperceptible. No obstante, el arte y sus procedimientos buscan una extensión cognitiva en el habla y la escritura como herramientas de comprensión, siendo las palabras que oímos, pronunciamos o escribimos una puerta más hacia las imágenes. Lo artístico y lo científico son parte de una teoría del conocimiento divergente que se extiende a través de las múltiples formas de desciframiento del pensar.
Esta mesa de trabajo tratará de explicar cómo mi actividad artística es una «praxis» inseparable de la textualidad producida, un «pensar lo que no puede pensarse […] por ello el límite solo podrá trazarse en el lenguaje y lo que está al otro lado del límite será simplemente, un sinsentido», escribió Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicus.
Almalé y Bondía. Residuos
La reflexión sobre la visión y el estatuto de la mirada son asuntos centrales en la trayectoria artística de Almalé y Bondía. En su último proyecto, Residuos, ponen en práctica una teoría social de la visualidad a través de varios principios. El primero: lo que se ve guarda una compleja relación con lo que no se ve.
¿Qué vemos en la serie Residuos? Montones de plásticos, de telas asfálticas, de cartones, de maderas, de tubos y mallas… Montones perfectamente clasificados según materiales y objetos, que remiten a la reiteración de un enunciado único: basura.
¿Qué no vemos en las fotografías Residuos? El consumo, el despilfarro y la imposibilidad de un mundo sin basura. La verdadera última realidad.
Eloy Tizón
Memoria lectora
¿Qué es leer? Eloy Tizón ensalza el acto de la lectura por encima de todas las cosas: “Ahora creo que así es como hay que leer: en trance, drogado, secuestrado por la tinta, dejándose mecer sin cortapisas, sin oponer resistencia, igual que tú en la Magnesita, más allá del filtro de escepticismo que a veces segregan la cultura y la barrera frígida de los intermediarios intelectuales erigidos por siglos de erudición, academias del buen gusto, comedimiento y el meñique estirado de algunos reseñistas y bla bla bla. Leer como un caníbal o un poseso, como un soldado la víspera de la batalla, atravesando el salvajismo de la prosa hasta llegar al cuerpo, a tu cuerpo, a mi cuerpo, a todos los cuerpos del mundo”.
Fernando Martín Godoy. Grandes esperanzas
Fernando Martín Godoy pinta montones de escombros que remiten a la destrucción total; e interiores de estudios de artistas, donde los efectos y riesgos de esa destrucción que reduce todo a la nada se notifican, para hacerlos visibles, en la soledad de la creación. Decía Susan Sontag: «Nada hay de malo en apartarse y reflexionar. Nadie puede pensar y golpear al mismo tiempo». Encerrado en su estudio, que la paleta oscura sume en negros horizontes, Fernando Martín Godoy despliega sobre las mesas, únicos receptores de luz, montones de papeles en blanco cuya disposición acumulativa recuerda, siquiera lejanamente, el suelo de escombros de Haacke; no en vano los escombros son las imágenes que pinta bajo el título de Desastres, numerados clínicamente, I, II, III… Al fondo somos capaces de ver en lo oscuro un cuadrado negro que ocupa el eje central de la composición. Sobre el origen de su Cuadrado negro (c. 1915), Malévich escribió que debía buscarse en las decoraciones que había realizado dos años antes para el drama apocalíptico Victoria sobre el sol, un drama futurista que escenificaba el conflicto entre la luz y las tinieblas, y culminaba con la victoria de la noche. En una carta de 1915 Malévich describió el telón del primer acto: «Representa un cuadrado negro, el embrión de todo lo que se puede generar en la formación de terribles potencias…». En su ensayo Breve historia de la sombra, Stoichita concluye que la fuerza del Cuadrado negro de Malévich estriba en su silencio, en su misterio; cubre la representación pero es una imagen indeterminada, es la imagen de las infinitas posibilidades de la representación, y en esa terrible potencia yace la suma de todas las imágenes del universo que esperan ser formadas. De igual modo, al cuadrado negro que ocupa el fondo de su estudio, Fernando Martín Godoy remite las posibilidades de representación de las imágenes que han de ocupar los montones de papeles en blanco que llenan sus mesas de trabajo.
La Casa Amarilla
El invierno es para las mujeres
Como poder, escribe Victoria Camps en El siglo de las mujeres (Cátedra, 2013), la mujer puede pero la práctica demuestra que le cuesta llegar arriba y en el camino encuentra todo tipo de obstáculos. María Ángeles Durán, en su artículo «La escalera en el lenguaje», para el ensayo Si Aristóteles levantara la cabeza; quince ensayos sobre las ciencias y las letras (Cátedra, 2000), elige la imagen de la escalera porque la considera una idea, una función, una forma que nos permite salvar la verticalidad y la distancia; y también una comunicación y un proceso, al conectar lo de abajo con lo de arriba, el principio con el fin. Ocurre que en el trazado de la escalera comienzan a multiplicarse las mesetas o zonas de descanso que ralentizan o frenan definitivamente el ascenso.
La exposición En la hora azul cita a Sylvia Plath y, con ella, a todas las mujeres creadoras que a lo largo de los años, y todavía hoy, se enfrentan a situaciones que dificultan su trabajo y su visibilidad pública. Las obras en exposición son la expresión de muchas horas azules, tantas como artistas participan en el proyecto. Tiempos de creación. Y las mesas de La Casa Amarilla se llenan de sus libros.