Mesa de trabajo
La Casa Amarilla. La influencia de la Luna sobre la cabeza de las mujeres
[14 mayo 2019]
Cuando el libro de Jules Cashford La Luna. Símbolo de transformación (Atalanta, 2018) llegó a La Casa Amarilla, lo abrimos por azar en la página 308 que incluye la reproducción de un grabado francés de autoría anónima, realizado a mediados del siglo XVII. Su título: La influencia de la Luna sobre la cabeza de las mujeres, atrajo la atención hacia la imagen. Cinco mujeres coronadas con medias lunas provistas de un ojo, danzan en círculo para celebrar los dones recibidos. A su lado, un grupo de cuatro hombres con candiles son incapaces de ver dónde puede estar el pedazo que falta a la luna creciente.
Como es habitual en la programación de La Casa Amarilla, un libro inspira las exposiciones colectivas de la galería. Así ha ocurrido con el libro de Cashford, un riguroso análisis de la historia de los mitos y símbolos que, desde el Paleolítico hasta la actualidad, tiene como protagonista a la Luna.
El título del proyecto lo tomamos del grabado mencionado, con el propósito de incidir en la idea de Cashford: a diferencia de los hombres, que han de crear su propia luz valiéndose de linternas, las mujeres reciben los dones lunares directamente de la Luna que las convierte en seres lunares, en «lunáticas», un término que con el paso del tiempo adquirió connotaciones negativas.
Un tema fascinante que nos ha permitido construir la exposición, apoyados en una bibliografía que presentamos en esta «Mesa de trabajo». Ha sido difícil seleccionar títulos, ya que desde la filosofía, la ciencia, la mitología, la historia del arte, la poesía o la narrativa se han tratado los diferentes aspectos de la Luna, motivo de inspiración para numerosos libros. No en vano la Luna fue el primer astro que recibió denominación y el que más ha hecho pensar e imaginar a nuestra especie. Tal vez, como decía Thoreau, porque «la luz de luna es más favorable a la meditación que la luz del Sol».
En primer lugar nos interesaba abordar la simbología en torno a la Luna. Mircea Eliade ha señalado que la humanidad ha entrado en una etapa dominada por los símbolos, no por el análisis. Por ello, se aborda la Luna como uno de los mitos universales: en todas las culturas, y desde el comienzo de nuestra especie, la Luna nos preocupa y es origen de múltiples signos. Dice Eliade: «el Sol es un astro con el que el individuo no tiene ninguna correspondencia, es siempre igual a sí mismo, mientras que la Luna es un astro que sufre el mismo proceso del devenir, crece, decrece y desaparece, nace y muere». Nuestra vinculación con la Luna significa el primer esfuerzo de la humanidad por alcanzar el conocimiento, por encontrar la unidad entre la vida y el cosmos.
El propio Eliade, junto a los textos de Joseph Campbell, Owen Barfield y Jules Cashford que ocupan esta «Mesa de trabajo», nos ofrece una perspectiva de nuestra historia mitológica, deteniéndose en el papel de la Luna en cada momento histórico: una primera fase de la evolución humana, definida por Barfield como «lunar», en la que nuestra especie estaba instintivamente unida a la Naturaleza, orientada a la Diosa; una segunda fase en la que la Humanidad retiró de la Tierra a la Diosa y prefirió ser gobernada por el Sol; y una tercera fase, siguiendo a Barfield, de regreso a la antigua relación participativa con la Naturaleza a través de la Imaginación.
Estas aportaciones nos permiten analizar la relación de la Luna con los ritmos de la vida y el tiempo; con las aguas y la fertilidad; con la mente y el destino, atentos a aquel momento histórico de unidad entre la Luna, la Naturaleza, la Humanidad, con la Diosa como receptora de los dones. Muchos de los símbolos que todavía hoy permanecen encuentran todo su significado en aquel tiempo.
Patricia Cox y Jeremy Naidler señalan, además, cómo la influencia de la Luna en el imaginario colectivo se desarrolló en otras culturas más cercanas, como la egipcia, cuando la Luna regía el calendario agrícola y determinaba la regulación de las principales fiestas del año; o la grecolatina, posteriormente prolongada en la judeocristiana.
Thoreau y John Muir nos permiten ejemplificar la bibliografía contemporánea sobre el ansiado regreso a la Naturaleza: el respeto y el amor a los espacios naturales. En el caso de Thoreau, con una original recopilación de reflexiones que le surgían en sus paseos a la luz de la Luna, por oposición al Sol, que representaba la civilización, la colonización y el poder. Un regreso a la Naturaleza que en nuestros días solo puede conseguirse a través de la Imaginación, frente a la conciencia natural de la pertenencia a la Naturaleza de los tiempos primitivos.
La Luna ocupa lugar principal en la poesía de Sylvia Plath, vinculada a la fertilidad, al destino o al ritmo de la vida: la Luna podía negar y conceder la fertilidad.
«Liberando sus lunas, un mes tras otro, sin propósito alguno», escribe Plath en su poema «Perfección».
En otro de sus poemas, «Mujer sin hijos», leemos:
El vientre
agita su vaina, la Luna
se separa del árbol sin un lugar al que ir.
En «Tres mujeres» la mujer sin hijo le habla a la Luna:
Es ella quien arrastra el negro de la sangre
en un mes tras otro, con sus voces de fracaso.
Estoy desamparada como el mar al final de su cadena.
Y, finalmente, en «Lesbos»:
Aquella noche, la Luna
arrastró su bolsa de sangre,
animal
enfermo sobre las luces del puerto.
Después se volvió normal,
sólida, solitaria y blanca.
En Cuaderno de campo, María Sánchez reflexiona poéticamente sobre nuestra posición con respecto a nuestros orígenes: «Pero yo sangro. Animal o mujer: hecha de sueño y lágrimas».
Y la poesía de Chus Pato, siempre tan reveladora: «Quisiera con mis versos comunicar Lengua: escritura (hubo un tiempo en que el habla era creación), creación de las abuelas, de las treinta generaciones de abuelas que me precedieron y hablaron en gallego, de las treinta o más generaciones de abuelas que me precedieron y hablaron una lengua extinta de la que yo conservo ecos en el gallego actual, y de aquellas otras, sin nombre, que crearon la lengua al pie de los sepulcros, levantando la construcción con sus dedos, y cerrando el túmulo con grandes lastras de la memoria. Abuelas Mías-Nuestras contrarquitectas de las grandes Casas de la Vida…». «Como tal: explicando mundos lunares». «Esto es un castañar. En el castañar una mujer. La mujer lee, piensa. Lee un códice o libro miniado. En el códice una mujer… ¿Recuerdas cuando los cuervos venían a beber al río?… La mujer está sentada…».
Élise Thiébaut plantea un recorrido por los imaginarios de la menstruación construidos a través de la historia, desde los viejos mitos, en que se vincula con el tabú y la superstición, hasta la representación subversiva de la menstruación en el arte contemporáneo. Y cita una declaración de Gloria Steinem, bien explícita: «Si los hombres tuvieran la regla, se convertiría en un acontecimiento envidiable y digno de orgullo», el símbolo de la virilidad.
Y desde el origen del culto a la Luna hasta nuestros días: uno de los ejemplos más gráficos de los avances de la liberación de la mujer, pero también de sus contradicciones, lo encontramos en el ámbito de la ciencia y, precisamente, en el de la astronomía, lo que nos sirve para regresar metafóricamente a la vinculación de la mujer con la Luna: el Observatorio Astronómico de Harvard contrataba desde finales del siglo XIX a mujeres como calculadoras o «computadoras humanas» para interpretar las observaciones que los astrónomos masculinos realizaban por telescopio cada noche. Y lo hacían porque eran más cuidadosas y aceptaban salarios más bajos que los hombres. Hoy, cincuenta años después de la llegada del hombre a la Luna, es exigible recordar que ese acontecimiento histórico se fundamentó en cálculos realizados por mujeres bajo el influjo de la Luna.
Finalmente, uno de los últimos mitos construidos en torno a la Luna, el del licántropo. Un mito universal, tanto en el tiempo como en el espacio, pero cuya vinculación con la luna llena es más reciente; hemos elegido una nueva forma de mostrarlo: una niña-loba protagonista de una novela gráfica.
Bibliografía
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