Celebrar a Virginia Woolf con una exposición de arte significa recuperar la vinculación de su escritura con las artes plásticas, en especial con la pintura, tan presente en sus novelas y, por supuesto también, en las reseñas, artículos y ensayos sobre la obra de diferentes artistas. Virginia Woolf estaba convencida de lo mucho que tenían en común la escritura y la pintura. No en vano comparó su método de trabajo con la técnica de pasar un pincel humedecido por el conjunto, como un barniz que atenuara o desdibujara las diferentes partes de la pintura que ya se han secado; el proceso de creación ocupó toda su atención, así como las obras de artistas cuyas exposiciones contempló en sus visitas asiduas a museos y galerías; y cedió su voz a la pintora Lily Briscoe en la novela Al faro (1927).

El centenario de la edición de La señora Dalloway (1925), que como han señalado voces autorizadas inauguró una nueva forma de narrar, fue el motivo que nos impulsó a dedicar la programación anual de La Casa Amarilla al legado de Virginia Woolf, cuya actualidad sigue vigente como queda refrendada cuando leemos sus obras.

Nada es una sola cosa da título a esta colectiva que cierra el ciclo expositivo iniciado con la individual de Lina Vila, Oscuridad floreciente, a la que siguieron las de Sara Quintero, De algas y perlas, y Las horas de Ricardo Cotanda. A sus obras se unen en este nuevo proyecto las de Almalé y Bondía, Javier Aquilué, María Carbonell, Montserrat Gómez-Osuna, Louisa Holecz, José Noguero, Sylvia Pennings, Teresa Salcedo y Josep Tornero.