Mesa de trabajo
María Gimeno | Abrir palabra por palabra el páramo
[4 julio 2020]
Los primeros días de confinamiento fueron los más difíciles. Ahora parece todo más sencillo. Hemos entrado, al menos yo, en una nueva rutina que permite volver a replantear los proyectos varados repentinamente hace ya más de un mes. Durante los primeros días todo perdió sentido, todo se volvió irrelevante. ¿Cómo seguir con lo planeado en esta situación emocionalmente extenuante? Poco a poco, el paso de los días ha enfriado el miedo y sosegado la angustia. Se atisba la posibilidad de recuperar la pulsión creadora.
Cuando salí de mi domicilio a la casa donde he pasado el confinamiento, apenas tuve tiempo de recoger material de trabajo. Solo esta gran tela, que parecía estar esperándome en el cajón de los bordados, me acompañó. La había abandonado hacía tres años y, por suerte, en un momento de lucidez la recordé. Los primeros días sentí la necesidad de trabajar físicamente en algo que me ayudara a normalizar esta nueva vida que, de manera abrupta, había cortado con todo lo previsto. Necesitaba trabajar para sentir que no todo se había roto. Obligada a replantearme el futuro y ser consciente de que nada es definitivo, era algo nuevo para mí. Nunca antes habría dudado de ciertas «certezas». Vivir al día sin expectativas era algo nuevo e inquietante.
Antes de aquel viaje en el que recuperé la tela, lo único que llevé a la casa de Candeleda fueron libros y acuarelas. Me guiaba el deseo de expresar en los papeles encharcados de colores la extrañeza emocional que sentía en esos momentos inciertos. Pasaron muchas cosas aquellas dos primeras semanas. Urgía reunir a toda la familia. Traer a los hijos de regreso. Atender a Tristán, mi suegro, en sus últimos suspiros. Tristán murió pasados diez días del estado de alarma en la casa donde seguimos viviendo con su recuerdo.
En ese tiempo alterado y extraño retomé El entierro del conde de Orgaz. Una obra en la que he trabajado en diferentes etapas desde hace siete años, una obra que abandono y a la que regreso. Una obra interminable a la que llamo «mi mortaja». Nunca ha tenido carácter urgente. Precisa trabajarla sin prisas y, en cierto modo, tengo asumido que nunca la terminaré; al menos, no siguiendo los patrones establecidos que determinan qué obra ha llegado a su fin.
El 1 de enero de 2013 comencé dos obras que debían ocuparme durante un año.
La primera, Every Day and Artist, consistía en dibujar mi autorretrato cada día durante ese año. Un dibujo académico, a lápiz, sobre papel Hahnemühle Classic A5.
Enlace. https://mariagimeno.com/every-day-an-artist
La segunda obra, complementaria de la primera, pretendía probar la tesis de que una artista podía reproducir una obra de arte basándose en sus estados de ánimo. «Si eres una artista, tus estados de ánimo a lo largo de un año traducidos en colores pueden reproducir una obra maestra de arte». Ese era el reto.
El entierro del conde de Orgaz, de El Greco
En 2012 encontré un listado de obras que se consideraban maestras por su composición. Era una lista muy corta; al parecer hay pocas obras en el mundo que reúnan los requisitos para integrarla. En el Museo del Prado hay varias de ellas: Las Meninas, El jardín de las delicias… También incluía El entierro del conde de Orgaz de El Greco, uno de mis cuadros preferidos desde siempre. Imagino que las numerosas visitas a Toledo con todos los intercambios de extranjeros que pasaban por mi casa y, sobre todo, aquellas fiestas interminables del día del Corpus en la casa de unos amigos de mis padres, en una calle estrecha perfumada de romero e incienso, han dejado en mí una huella muy querida. Toledo me fascina. Y El Greco es uno de los artistas que más admiro.
No fue complicado elegir la obra maestra de aquel listado. Viajé a Toledo y volví a contemplar El entierro del conde de Orgaz. Comenzó el reto. El procedimiento consistía en bordar sobre la tela, en la que ya había dibujado la pintura de El Greco, la fecha de cada día de 2013. Del martes, 1 de enero al martes 31 de diciembre. Cada día elegía el color según mi estado de ánimo y lo bordada con palabras.
Para realizar El entierro compré un lino de color blanco roto, de 210 x 175 cm. Calqué la pintura sobre un acetato y lo proyecté sobre la tela para dibujarlo a lápiz. Empecé a bordar eligiendo cada día el color que asociaba a mi estado de ánimo. Había días verdes, azules, grises, negros, rojos y apasionados, amarillos… Anoté en cuadernos la escala de estados de ánimo asociados a un color. Si el «martes cinco de marzo» me sentía turbia y gris, buscaba ese color exacto en la reproducción de la obra de El Greco y lo bordada en el paño.
Al principio parece que todo está bien. La elección de la tela y la de los hilos. Al cabo de varios meses, supe que un año no sería suficiente para realizar el proyecto. Los cálculos sobre el área que ocupaba el bordado diario de cada fecha no eran correctos. Un año de estados de ánimo era muy poco tiempo. Se hacía evidente que la escala de la obra no era acorde con el tamaño de las puntadas. Al menos necesitaría cuatro años más y, aun así, no tenía claro que una obra de arte pudiera reproducirse traduciendo los estados de ánimo a colores. La tesis planteada fracasó. Quizás una tela más pequeña hubiera sido la solución pero en modo alguno era una solución aceptable. Bordar las fechas a mayor tamaño no era posible porque bordar tiene algo de ejercicio de caligrafía. Empecé bordando el tamaño de puntada como si escribiera, de manera natural. Había otro problema: la realización diaria de ambos proyectos, la preparación de otros nuevos, el cuidado de los hijos y de la casa… hacían imposible dedicar más tiempo al bordado. Fue difícil completar el año. Y aún había otro factor más, que he sabido ahora: el grosor del hilo determina el tamaño de la puntada. Por vez primera he utilizado un hilo de distinto grosor al habitual en todos mis bordados. Debido al confinamiento temí quedarme sin mi preciada paleta de 66 colores de madejas de seis hebras de la marca DMC que he reunido, poco a poco, a lo largo de once años en los que he bordado petit point. Probé a utilizar hilos de perlé de mayor grosor que sobraron de un taller que impartí en Alcalá Meco el año pasado. Gracias al perlé, he descubierto que el tamaño de la puntada viene dado por el grosor del hilo. Una obviedad, claro.
El «martes treinta y uno de diciembre» de 2013 fue la última fecha cromática que bordé. Pasados siete meses, en verano de 2014, regresé a la tela. Cada vez que vuelvo a ella lo hago con un nuevo tipo de puntada. En la primera fase utilicé punto plano, un tipo de punto de relleno en diagonal, muy básico y que no requiere habilidad especial. En la segunda fase, punto de cadeneta, un poco más complicado que el plano. He de decir que a excepción de un taller de tres sesiones que realicé en 2017 en el Atelier de Yolanda de Andrés, siempre he aprendido a bordar sola.
Égloga III, de Garcilaso
La segunda fase, a la que acabo de hacer mención, comenzó de modo bastante casual. Un amigo poeta visitó mi estudio y al ver El entierro del conde de Orgaz habló de la poesía de Garcilaso de la Vega, contemporáneo de El Greco. Se refirió a las Églogas, y me las envió por correo electrónico. En la Égloga III hay un pasaje precioso que sucede en la orilla del Tajo, al que también se refiere Cervantes en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, en el momento en el que una caravana de personajes increíbles pasa por Toledo. Las Églogas de Garcilaso suceden en la orilla del Tajo. En la tercera, el escritor presenta a varias ninfas que salen del río para bordar unos tapices mitológicos. Me llamó la atención la descripción que hace Garcilaso de la orilla donde bordan las ninfas porque coincide increíblemente con uno de los lugares imaginarios a los que acudo cuando hago meditación creativa (siguiendo las enseñanzas de mi querido profesor Eduardo Martínez Bonati), y a la que recurro cuando no acabo de resolver una obra. Entonces, «mi río» imaginario era nuevo para mí, lo acababa de descubrir unas semanas antes de leer la Égloga III de Garcilaso. Había acudido a él tras una visión que me disgustó en la casa a la que siempre llego en mi meditación. Decidí salir de aquella casa y cruzar un puente por el que nunca antes había pasado, que me condujo a la orilla del río que describen Garcilaso y Cervantes.
Aquella coincidencia la tomé como una señal y comencé a bordar la Égloga III en punto de cadeneta y a un cuerpo de letra ligeramente más pequeño que las fechas emocionales de la primera fase. Y para diferenciarla cromáticamente, la bordé en grisalla; hasta terminar la descripción del Tajo, justo antes de los versos en los que Garcilaso relata los relatos mitológicos que bordan las ninfas. Fue una tarea agotadora. Horas y horas bordando el poema que, en el dibujo del cuadro de El Greco sobre mi tela, comienza en la cabeza de Jesús y llega hasta los pies del manto de la Virgen. El cuerpo de Cristo es el contenedor principal del poema.
Enlace a la Égloga III. http://www.biblioteca.org.ar/libros/153913.pdf
Por aquellas fechas, andaba enredada con la traducción rítmica de la Ilíada a cargo de mi paisano Agustín García Calvo. Cerca de veinte años le costó traducir esta obra que yo había leído varias veces en dos traducciones anteriores. La de García Calvo es maravillosa, quizás sea la versión que más se acerca al poema original. Hacía tiempo que estaba fascinada con la sencillez de Homero para establecer un símil entre la naturaleza y las acciones o sentimientos de los protagonistas; y se me ocurrió recopilar y clasificar todas esas comparaciones. Símiles con animales, con torrentes, con nubes, con tormentas… Por ahí andan guardadas en algún cajón de mi estudio, como tantas obras terminadas o en proceso.
A través de Homero y de Agustín García Calvo, llegué a Bernardo Souvirón cuya obra Hijos de Homero me unió a ese pasado admirado. Souvirón me introdujo en la figura del rapsodos, que es un hombre, no una mujer, de la Antigüedad, que iba de pueblo en pueblo recitando versos al ritmo de su vara o rapsoda. A los rapsodos se les conocía como zurcidores de versos. Identifiqué mi labor en este lienzo con la figura antigua. Yo era una rapsoda zurciendo versos, cantando una historia personal a través del bordado, de la poesía y de las emociones. La pintura y la poesía están estrecha e íntimamente ligadas, es posible que sean las artes más parecidas. Y mi paño tiene como instrumento la aguja en vez del pincel, el hilo en lugar del óleo. Las palabras como contenedores emocionales. Zurcidora de versos.
Cuando terminé de bordar la Égloga III supe que debía lavar la tela. El color blanco roto se había convertido en un crema sucio. Para no perder el dibujo en el lavado lo hilvané con hilo de costura. Un año con la tela a cuestas son muchos días; a los que siguieron las horas de bordado de la Égloga, con playa incluida. Finalmente decidí no lavar la tela, pero el hilván ha salvado el dibujo de El entierro del conde de Orgaz. Concluido el bordado de la larguísima Égloga III, guardé el paño en el cajón.
Trema, de Ida Vitale
El paño salió de nuevo gracias a Ida Vitale. En México un amigo pintor y editor de poesía me introdujo en la obra de la poeta uruguaya, a través de uno de sus escasos textos en prosa, El abc de Byobu. Ida Vitale me abrió la puerta de la poesía en la primavera de 2015.
Gracias a Ida Vitale comprendí que, una vez más, había seguido la inercia de mi educación basada en referentes masculinos. El Greco, Garcilaso, Cervantes, Homero, García Calvo, Souvirón… El paño en el que estaba trabajando destilaba testosterona referencial solo aplacada por mis estados de ánimo cromáticos… Fue entonces cuando tomé la decisión de buscar referentes femeninos y dejar de bordar versos escritos por hombres.
Con punto de cruz bordé un poema de Ida Vitale que definía perfectamente el momento vital en el que me encontraba y que ahora, tras lo recientemente vivido, adquiere un significado más profundo. Bordé a tamaño de texto mucho más grande del habitual y en mayúsculas que, además de facilitar su lectura, destacaban en el lino. Bordé los versos sobre la parte terrenal de la pintura de El Greco, cruzando de lado a lado a todos los personajes que la ocupan. Adoptando el color al original de la pintura. La composición fue muy importante en esta fase. El cambio de tamaño del texto supuso un gran avance, además de funcionar muy bien visualmente. Activa la composición y se transforma en un elemento necesario para romper la monotonía de las puntadas. Llama la atención en su justa medida y rompe la estructura. Una recurso «plástico» en el que sigo trabajando.
Del poemario Trema de Ida Vitale elegí estos versos:
Abrir palabra por palabra el páramo,
abrirnos y mirar hacia la significante abertura.
Sufrir para labrar el sitio de la brasa,
luego extinguirla y mitigar la queja del quemado.
Se fue al cajón de nuevo. De vez en cuando lo sacaba para recordar su existencia, con la falsa intención de regresar a trabajar en él. Lo colgué en el estudio, a la vista. Se fundió con el fondo y durante meses formó parte del decorado. Estaba sin estar. Me acostumbré tanto a tenerlo colgado que dejé de verlo. Cuando necesitaba las paredes del estudio volvía a guardarlo en el cajón, protegido de la luz y del polvo, tranquilo y a oscuras.
Cifras confinadas
Escribo desde mi confinamiento de lujo, en la casa de mis suegros en Candeleda. Llegué pensando que pasaría un fin de semana largo. El viernes 13 de marzo, por la noche, llegó mi marido acompañado de sus padres, anticipándose al cierre inminente del Reino Unido. Cinco días más tarde lo haría mi hija Catalina a la que recogí en el aeropuerto de Madrid. Pasados dos días, para recoger a mi hijo Pedro que volvía apresuradamente de Canadá. Antes pasé por el estudio para traerme algo de material de trabajo. Me llevé el paño, los hilos y una bolsa con sobrantes del taller de Alcalá Meco. Acerté al elegir el paño para volver a trabajar en él. Mi mortaja.
Volví a bordar. Comienzos tímidos y dubitativos. Con una amarga sensación de irrelevancia que empañaba todos los actos que pudiera realizar durante el confinamiento. Bordaba sin saber qué y para qué. Quizás se trataba de hacer por hacer, con el deseo de no perder la normalidad. ¿Cómo empezar a bordar en este tiempo? ¿Qué puede tener la importancia o el peso que las circunstancias merecen? No sé si quiero encontrar la respuesta, o si me siento capaz de afrontarla…
Empecé a bordar con un punto nuevo, el cordoncillo, para perfilar el dibujo de la parte superior del cuadro. Los versos de la Égloga III de Garcilaso habían desvanecido el dibujo con la grisalla. Perfilar el dibujo era una manera de volver a empezar. La única que se me ocurría. Hacer algo cuando no sabes qué hacer. Tracé partes de las figuras de Jesús, de la Virgen y de San Juan Bautista. Recuperar sutilmente el dibujo es placentero, pero nada más. Luego pasé al festón, un punto que suele utilizarse para unir dos telas pero que también es útil para delinear y, además, es más vistoso que el cordoncillo. El festón tiene un fuerte componente gráfico, recuerda vagamente a un muelle. Aunque, en realidad, todos los puntos son muy gráficos y remiten directamente al dibujo. Los comienzos fueron tímidos y, en apariencia, insignificantes. Sin embargo, con el festón he marcado la división entre la Tierra y el Cielo como hiciera El Greco. Las puntadas perfilan la línea que dibujan las cabezas y los objetos que sujetan los hombres. Es como una culebrilla gráfica que divide las dos zonas de la pintura. Funciona.
Llevaba tiempo pensando bordar más versos de Ida Vitale y alguno de Wislawa Szymborska, pero eran deseos del pasado, ajenos al cataclismo sanitario y la debacle económica actuales. Los versos de ambas poetas me emocionan, me identifico con ellos, pero ahora son demasiado preciosos y perfectos en su dramatismo para reflejar la experiencia que vivimos. Bordarlos ahora no era una opción; no sería sincera. Sería una imposición, una falsedad. Quizás un no pensar, continuar sin más.
Este paño bordado tiene mucho de pintura. Aunque hace mucho tiempo que no pinto, me formé como pintora y conozco la sensación interior de dejar una impronta verdadera en una tela. Una impronta que sale de las entrañas, como un brochazo furioso. Era esa verdad la que necesitaba encontrar. Lástima que el proceso del bordado sea tan lento.
Como todos, he seguido y sigo las noticias sobre la evolución de la Covid-19. Observo mi relación con el número de muertos, paso del horror a la costumbre. 152. 320. 470… 950. Las primeras cifras llegadas de Italia me provocaron un desasosiego insoportable. Luego las cifras fueron las nuestras. Cifras y más cifras. Todos los días son cifras. Cifras que decidí bordar en el paño ocupado por la pintura de El Greco, dedicado a la muerte, al entierro y al homenaje del fallecido conde de Orgaz. Todos los días bordo el número oficial de muertos, dejo constancia diaria de quienes ya no están a causa de la enfermedad. Bordo cifras, cifras que se agolpan, que se confunden, que se mezclan, que se hacen presentes y desaparecen. Bordo en punto de cruz y no corrijo los continuos errores de las puntadas que lloran las muertes, anotándolas.
Mi propósito inicial era bordar cada día en una zona del paño, en actitud parecida a la que determinó las fechas emocionales en el principio de la obra. Pero a los tres días supe que no tenía sentido. No soy la misma de hace siete años. Poco a poco, he ido bordando las cifras en el sudario que recibe al conde de Orgaz, y desde la sábana ascienden hasta su cuerpo. Los muertos con el muerto. ¿Dónde si no? Desde el cuerpo muerto se extienden por la tela. Ya son muchos días y muchas cifras. Demasiados muertos.
Y ahora que casi he terminado, y voy a enviar mi mortaja a La Casa Amarilla, calladamente, sin avisar, se coló sutilmente blanco sobre blanco un verso del poema «Bajo una pequeña estrella» de Wislawa Szymborska: Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria. [María Gimeno. Candeleda, 9-30 mayo, 2020]
Aproximación a la «Mesa de trabajo» de María Gimeno en La Casa Amarilla
CALVO SERRALLER, Francisco, El entierro del conde de Orgaz, Madrid, Electa, 1999.
CERVANTES, Miguel de, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Madrid, Hiperión, 2016.
HOMERO, La Iliada, Madrid, Lucina, 1995.
MCKEOWN, Thomas, Los orígenes de las enfermedades humanas, Madrid, Triacastela, 2006.
SONTAG, Susan, La enfermedad y sus metáforas, Barcelona, Debolsillo, 2014.
SOUVIRÓN, Bernardo, Hijos de Homero, Madrid, Alianza, 2006.
SZYMBORSKA, Wislawa, Paisaje con grano de arena, Barcelona, Lumen, 2011.
_, Antología poética, Madrid, Visor, 2015.
_, Canción negra, Madrid, Nórdica Libros, 2020.
VEGA, Garcilaso de la, Églogas, Gijón, Ediciones Lima Limón, 2017.
VITALE, Ida, Trema, Pre-Textos, Madrid, 2005.
_, El abc de Byobu, Madrid, AdamaRamada, 2005.
_, Cerca de cien, Madrid, Visor, 2015.
WOOLF, Virginia, Estar enfermo, Barcelona, Alba, 2019.
Biografía
María Gimeno (Zamora, 1970) es una artista audiovisual, autora del paño Mi mortaja, cuya primera exhibición en La Casa Amarilla motivó esta «Mesa de trabajo», y de numerosos proyectos entre los que destacan la conferencia performativa Queridas Viejas que reivindica el lugar que corresponde a las grandes mujeres artistas en la Historia del Arte de Occidente. A la conferencia acompaña la edición del libro sobre el que realiza la acción, y del diagrama Timeline.
Enlace: https://www.mariagimeno.com/